AVANCE DE «SOMOS INSTANTES. TRILOGÍA MI TAREA PENDIENTE I»

by - 10:00

Estoy inmersa en la corrección, maquetación, reedición y creación de nuevas escenas de la historia que hace casi cuatro años comenzó en el blog y no tengo tiempo casi ni para respirar.

El tema de la corrección me sigue trayendo por el camino de la amargura (malditas comas), pero es que varios de los personajes, han decidido que su historia no sea la misma que algunas leísteis en el blog. No, varios de ellos han decidido coger las riendas de la historia y dar una vuelta a todo... para cagarse. 

En serio, ¿qué cojones creéis que estáis haciendo con vuestra vida?
Sí, están haciendo lo que les sale a todos de los cojones y por eso me está costando un poco más terminar. Y que le tenía que pegar ese lavado de imagen que tanto necesitaba. Para mí es una novela a la que le tengo mucho cariño y quiero que os llegue la mejor versión posible. Por eso, esta vez, las portadas se las he encargado a una diseñadora profesional que me ha enamorado con muchas de sus portadas, ella es Shia Wechsler. Me encanta todo su trabajo y sé que va a salir algo que os va a gustar mucho. Solo puedo adelantar de las portadas, que van a ser sencillas, como siempre. No quiero que se pierda la esencia de la novela. Cuando vi las imágenes en un banco de datos… no dudé ni un segundo que eran esas las que quería incluir en las portadas y las compré al momento, no lo dude. Sin duda alguna es Mariola, es su esencia, esa locura que tiene, esa forma de ver la vida tan diferente que tiene, que no se calla nada, ya sea bueno o malo. Y eso es lo que se refleja en la portada.

Como ya habéis leído, va a ser una trilogía y este es el orden de las novelas:

1. Somos instantes.
2. Somos casualidades.
3. Somos eternos.





Aquí tenéis el prólogo INÉDITO. Lo colgué hace unas semanas en mi grupo de Facebook, pero ahora está disponible para que lo leáis tantas veces como queráis. Es una de las partes nuevas que estarán incluidas en la trilogía y os aseguro que hay muchas más escenas, incluso capítulos, que serán inéditos.


PRÓLOGO

Nueva York, la ciudad de las oportunidades, la ciudad que nunca duerme, la gran manzana, el lugar donde los sueños se hacen realidad… Sí, seguramente podría seguir con los tópicos de esta ciudad durante un buen rato más, pero para mí, Nueva York no fue una serie de televisión tipo Sexo en Nueva YorkFriendsCómo conocí a vuestra madre, no. A mí la gran manzana me dio el gran bocado. Mi serie podría haberse titulado: Las penas y penurias de una española en Nueva York.

Al finalizar mis estudios, y gracias a mi hermana María, conseguí un puesto de trabajo como becaria en una gran empresa de Nueva York. Vamos, eso es lo que aseguraban los papeles que me llegaron a través de mi hermana. 

Me puse el mundo por montera y decidí hacer la solicitud. Gracias a mis buenas notas, y a las recomendaciones de todos mis profesores, el puesto era mío. Aunque antes de firmar el contrato, tuve que pasar cinco entrevistas a través de Skype con varios de los directivos de la empresa. Después de los nervios, de las pruebas de inglés y de entregar todos los títulos correspondientes, conseguí el tan fabuloso puesto de trabajo. Podría seguir riéndome hasta el día del juicio final, porque no era ni tan fabuloso ni tan siquiera era un trabajo de verdad. 

La vacante a cubrir era la siguiente:

I.M. Advertisement.
Se necesita persona con experiencia en ámbito internacional
Asumirá roles de dirección de equipos, proyectos y/desarrollo de negocio. 
Las competencias personales requeridas sonliderazgo, organización planificación, visión de negocio, orientación al cliente, trabajo en equipo, iniciativa, así como movilidad nacional internacional motivación por asumir nuevos retos.

Facilitaban el visado de trabajo, un puesto estable y bien remunerado, así como un equipo de trabajo formado por los mejores profesionales del sector. Un trabajo idílico, ¿verdad? Pues no, no fue ni mucho menos como lo pintaron. 
Valoré todas las opciones que tenía, hice varias listas con lo positivo y lo negativo, y siempre salía ganadora la columna positiva. Podría empezar a trabajar en la ciudad que siempre había adorado, la gran manzana, la ciudad de las mil oportunidades. 
«New York, where dreams come true». Esas fueron las palabras de mi hermana que terminaron de convencerme para mudarme a la ciudad. 

Ocho años atrás



Cuando llegué al aeropuerto JFK, y respiré el aire de Nueva York, no pensé que me ahogaría en tan poco tiempo. Llegué cargada con una gran maleta y con muchísimas ilusiones puestas en mi nueva vida. 
Con el dinero que había ahorrado trabajando en una discoteca los fines de semana, y siempre que podía en un catering en diversas fiestas, pagué un par de meses en un hotel que me recomendó una compañera de la Universidad. Ella me dijo que estaba situado en uno de los mejores barrios de la ciudad, en un enclave precioso y que era espectacular. Aquel fue el inicio del fin. 
El hotel no estaba mal, pero las palabras hotel y espectacular… le quedaban demasiado grandes. El Bowery House era una especie de hostal con cabañas individuales, situado en NoLIta. Y con cabañas, me refiero a una habitación completamente forrada de madera, con una cama y muy poco espacio para moverse. Acogedora era y muy recogida. Cualquier movimiento que tratase de hacer, me pegaba con la cabeza en la pared, con el brazo golpeaba unas baldas o mi espinilla terminaba contra la esquina de la cama. Mi maleta de tamaño me voy de casa para siempre, no entraba ni de lado. Al menos en aquel cubículo no había ningún rastro del hotel con amplias habitaciones al que me habían mandado. 
Pero me dio igual. Estaba en la ciudad de mis sueños, a punto de comenzar a trabajar en algo que me apasionaba dentro del mundo de la publicidad y con toda mi ilusión en lo alto del Empire State. No había nada que me bajase de aquella nube en la que iba subida, cual Heidi hasta el culo de café. 
Saqué de la maleta mis zapatos de la suerte, el vestido negro ajustado pero poco provocativo y mi bolso Birkin de Hermésheredado de mi hermana. Pobre, menudo trote llevaba. La H estaba a punto de caerse, pero seguía siendo el bolso más bonito que había tenido nunca. 
Dejé todo bien colgado para que se estirase, en un clavo que me encontré en la pared, donde seguramente en épocas mejores habría residido algún cuadro. Me quedé varios segundos observando y escrutando el conjunto escogido. Destilaba seguridad, elegancia, pero sin llegar a ser demasiado para un primer día. 
—A por ellos, Mariola. Puedes con eso y con mucho más. 
Tenía toda la tarde para relajarme, reconocer un poco el barrio y descansar. Aunque con el jet-lag, el subidón de adrenalina por estar en Nueva York y los nervios, poco iba a poder descansar para mi primer día de trabajo. 
Me pegué una ducha en el baño compartido, menos mal que tenía el culo pelado para este tipo de cosas. Si llega a ser mi hermana María la que tiene que compartir baño en un sitio que no conoce, es capaz de no ducharse en una semana. 
Salí del baño sin darme cuenta de que la toalla era demasiado pequeña para cubrirme todo el cuerpo, hasta que noté unos ojos clavados en mí, o mejor dicho, en mi culo. Caminé con seguridad hasta la habitación y aquellos ojos seguían observándome fijamente. Estaba segura de tenía rayos X y me estaba viendo hasta la marca de nacimiento que tenía sobre el culo. 
—Menuda suerte la mía, tengo que compartir baño y pasillo con mirones. —No me di ni cuenta de que alguien podría comprenderme. No había visto a demasiados inquilinos, a parte de la familia de japoneses que tenía en las habitaciones de enfrente. 
—No te pasees así y nadie te mirará. 
La voz profunda de un hombre me sorprendió. Primero, porque alguien me entendiese en castellano, y lo segundo, porque me sonó muy sexy.
—Pasearé así cuando me dé la gana. —No quise mirar atrás.
—Pues búscate una toalla más amplia la próxima vez. 
Al darme la vuelta ya no había nadie. Aquella voz se había esfumado. Entré en la cabaña negando con la cabeza. 
—Será mejor que me mantenga callada y no deje salir a mi lengua a pasear el primer día. 
Sí, hablaba sola más a menudo de lo que me gustaba reconocer. Pero lo peor era que a veces me contestaba. Mi hermana me decía que era mejor que lo hiciese yo, que si alguna vez estaba sola y oía una contestación, seguro que era nuestra tía abuela que venía en modo fantasma para asustarme. Mi hermana y sus locuras paranormales. 
Me puse el primer vestido que pillé de la maleta, mis Converse, las gafas de sol y recogí el bolso de la manilla de la puerta. Necesitaba meterme en el cuerpo algo más que la comida de plástico que me habían dado en el vuelo. 
Bajé las escaleras y me despedí con una sonrisa de la chica que estaba en recepción. 
—Perdone, su pasaporte. Ya tengo digitalizado todo. —Me lo entregó hablando un perfecto castellano—. Arriba tenemos un jardín que puede disfrutar más tarde. Cuando se va el sol, es el mejor lugar del edificio para ver el atardecer. Además se ve el skyline[2]de esta parte de la ciudad, el Edificio Chrysler y el puente de Brooklyn. Sé que acaba de llegar a la ciudad —levantó levemente los hombros a modo de disculpa—, y sé que el primer día puede ser abrumador. 
—Perfecto… —entrecerré los ojos para poder leer su nombre en la chapa que llevaba colgada de la camiseta.
—Sonia, me llamo Sonia. Me alegro ver a otra española en el Bowery. No vienen demasiados. —Su sonrisa era dulce y sincera—. He visto que estará un par de meses con nosotros. Espero que disfrute mucho de la ciudad.
—No lo sé. He venido por trabajo. Espero que me den el alojamiento que me prometieron para poder sacar las cosas de la maleta. La habitación no es que sea apta para maletas en las que se lleva una vida entera. —Levanté los hombros resignándome—. Y háblame de tú, lo de usted no lo llevo demasiado bien. Cada vez que alguien lo hace, me sale una cana nueva y se me caen un más poco las tetas. 
—De acuerdo. —Volvió a sonreír y me pareció la chica más dulce del planeta—. Te comprendo. Cuando me vine yo tuve que alquilar otra habitación. Al final conseguí un alojamiento con mis compañeras de clase. —Salió del cubículo y me entregó un mapa en el que vi marcados con una x varios lugares—. Come algo en alguno de estos locales de aquí cerca. 
—Muchas gracias, Sonia. La verdad es que tengo un hambre que me podría empezar a comer al primero que me encuentre. —Agité el mapa en la mano.
—Si has vuelto cuando salga de trabajar, nos tomamos una cerveza en el jardín. Verás cómo la ciudad te parecerá aún mejor después de ver este atardecer. 
Comenzó a sonar insistentemente el teléfono de recepción y Sonia volvió a su trabajo. Me quedé unos segundos observándola y pensé que al menos había una persona amable en la ciudad dispuesta a echar una mano a una desconocida. 
Era julio y hacía muchísimo calor. Quería reconocer un poco el barrio, pero con aquel sol abrasador, decidí que lo mejor era refugiarme en alguno de los restaurantes que Sonia me había marcado. El más cercano era el Café Habana y sonaba de lujo. Caminé un poco y cuando doblé la esquina… quise morirme. Había cola para entrar a comer de unas cuarenta personas. Opté por esperar a ver si aquello mejoraba, pero entre el sol, las pocas sombras que habían y que mi estómago no dejaba de gruñir de hambre, comencé a marearme. Me apoyé en la pared y me deslicé hasta el suelo en un intento de no acabar despatarrada enseñando las bragas a mis nuevos vecinos. 
Me abaniqué con el mapa, pero aquello no ayudaba demasiado y aquella fila no disminuía. Me pareció escuchar unas voces que decían que tendríamos que esperar un mínimo de tres cuartos de hora.
—La madre que me parió… 
Comenzaba a respirar con dificultad, estaba a punto de darme una bajada de tensión de las mías, de esas que acababan haciendo historia. O bien enseñaba las bragas o me hacía alguna brecha nueva. Rebusqué en el bolso un caramelo o una barrita energética o un trozo de cacho de miga de algo que en su día hubiese sido una galleta, pero no tuve suerte. 
Cerré los ojos y traté de tranquilizarme. Hice unos ejercicios de respiración. Inspiré por la nariz cuatro segundos, retuve el aire siete y lo expulsé durante ocho. Pero aquello no ayudaba una mierda. Mi tensión estaba por los suelos. 
A los segundos algo me hacía sombra delante. Supuse que sería que el sol estaba oculto detrás de alguno de aquellos edificios que nos rodeaban, pero noté de nuevo una mirada fija en mí. Al abrir los ojos me encontré un chico ofreciéndome una bebida. 
—Necesitas beber algo o te vas a desmayar. 
Aquella voz me resultaba familiar. 
—Bebe y si quieres después me das las gracias. 
Me debatía entre mandarle a la mierda por su tono de voz, mandarle al culo del mundo a meterse en sus cosas o derretirme en aquella acera. Así que opté por la mejor opción para mi cerebro en aquel momento. Le quité el refresco de la mano y sorbí por la pajita. Era algo demasiado dulce y morado. 
—No pongas esa cara que te ha salvado la vida. 
—Vamos a ver —me levanté del suelo como pude—, que no me has inyectado penicilina en la segunda Guerra Mundial. 
Desde el suelo el sol me deslumbraba y no podía ver bien a mi salvador, pero al levantarme pude ver quién era, y… ¡joder!, no estaba nada mal el muchacho. Era más alto que yo, pelo oscuro y ojos azules. A él parecía no hacerle daño el sol. 
—¿Eres siempre tan desagradecida?
—No, solamente con los descarados. —Levanté una ceja que se podía ver sobre mis gafas de sol. 
—Me has pillado. Soy un descarado mirón que espera que las mujeres se deshidraten tiradas en una acera de esta ciudad y después atacó sin piedad con un refresco con mucho hielo. —Me retó con su mirada y yo no pude evitar sonreír. Una sonrisa que traté de ocultar con mi cara de enfado—. Venga, que no estás enfadada. No me mientas. 
—¿Vais a entrar o no? Porque me muero de hambre. —Un hombre de unos cincuenta años nos recriminaba que no nos movíamos. La cola había avanzado mucho y estábamos dejando un hueco demasiado grande. 
—Sí, perdóneme. El calor me atonta. —Le sonreí y él me devolvió al final el gesto. Truco Santamaría. Nadie se resistía a nuestras sonrisas. 
—Me invitarás a algo, ¿no?
—No te conozco. —Le di la espalda.
—He compartido contigo el mejor refresco de arándanos de la ciudad. Eso me lo tienes que pagar de alguna manera. 
—¿Tienes siete años para beber zumo de arándanos? —Me giré para mirarle y negué unos segundos con la cabeza. 
—Eres muy borde, ¿lo sabías? —Hizo una mueca con los labios y me pude fijar más en ellos. Eran esos típicos labios en los que te podrías perder durante una tarde entera. Y ya no hablemos de los brazos tatuados que asomaban por las mangas de la camiseta—. Borde y en la inopia. 
—¿Qué?
—Que yo seré un descarado, pero tú te acabas de perder en estos brazos. —Levantó ambos brazos haciendo una pose de machaca de gimnasio. En cualquier otra situación le hubiera mandado a la mierda, pero me hizo gracia. Me hizo muchísima gracia y no pude evitar comenzar a reírme. 
—¿Acero para barcos?
Negó con la cabeza y se contagió con mi risa. No parecía un mal tipo, al fin y al cabo, me había salvado de morir derretida en aquella acera. Entré en el Café Habana y me senté en una silla alta de la barra. A mi lado se sentó él. 
—Me llamo Mariola. Muchas gracias por el refresco. 
—Yo soy Jonathan. —Extendió su mano, pero yo ya estaba dándole dos besos. Se quedó muy sorprendido.
—Perdón, creo que en este país no dais besos. 
—No, pero me encanta que lo hayas hecho. 
Me sonrió y me uní de nuevo a su sonrisa. Jonathan me recomendó el sándwich cubano, el mejor de todo Nueva York según él y según el cartel que colgaba dentro de la barra. 
Nos dieron las siete de la tarde en el local. Cuando quisimos darnos cuenta la temperatura ya había bajado y los dos conocíamos bastantes cosas el uno del otro. 
Jonathan no me dejó pagar la comida. Dijo que la primera comida de una persona que acababa de llegar a Nueva York, debía ser pagada por un neoyorkino de pura cepa. 
—Voy a tomarme algo refrescante en el jardín del Bowery. —Jonathan me abrió la puerta al salir a la calle.
—Pues esas cervezas correrán de mi cuenta. No acepto un no por respuesta, mirón. —De nuevo, levanté la ceja dándole a entender, que le había reconocido por su voz.  
—Creo que no se me ocurriría darte ningún no, Mariola. 
Sí, tanto él como yo, sabíamos que estábamos tonteando.
Cuando llegamos al jardín, que estaba situado en la parte de arriba del Bowery, comprobé que lo que me había dicho Sonia era verdad. Las vistas eran espectaculares. 
—Hola, Mariola—. Sonia dejó el libro que tenía en las manos y se acercó a nosotros—. Veo que ya has conocido a Jonathan. 
—¿Os conocéis? —Les miré a los dos esperando encontrarme en un triángulo sexual demasiado extraño.
—Sí, viene de vez en cuando al hotel. Es un amigo del jefe. —Sonia no hizo ningún gesto extraño—. Voy a por unas cervezas. Sentaos allí —señaló unas sillas al final del todo—, he cogido el mejor sitio para la puesta de sol. Te va a encantar la ciudad. —Me guiñó un ojo y salió acelerada del jardín. 
Nos sentamos en las sillas y observé la ciudad que tenía delante. El sol estaba empezando a descender y las vistas eran impresionantes. No sabía de qué tenía más ganas; si de descubrir Nueva York o de descubrirme a mí misma en la ciudad. 
—Así que mañana comienza de verdad tu vida aquí. 
—Sí, espero que Nueva York se porte bien conmigo. —Miré a Jonathan y sentí un mariposeo extraño en la boca del estómago. Era imposible que me gustase aquel chico en solo unas horas. 
—Seguro que la ciudad se alegra mucho de recibir a una chica tan preciosa como tú. 
—Joder, Jonathan, ha sonado a manual de cómo ligar con extranjeras deshidratadas. —Puse mi mano sobre su rodilla sin darme cuenta.
—¿Funciona? —Agarró mi mano y con la otra que tenía libre me sujetó la barbilla. 
—Tal vez funcione con otras extranjeras, pero siento decirte que yo soy demasiado especial. 
—Pues entonces sé buena conmigo. 
Comenzó a acercarse peligrosamente a mi boca. Menos mal que llegó Sonia con un cubo lleno de cervezas frías y bajó el calentamiento de aquel jardín. 
Y aquella primera noche que pasé en la ciudad, fue el mejor recuerdo que tenía de los primeros meses en Nueva York. 
La entrevista de mi futuro puesto de trabajo fue cancelada. La empresa había entrado en concurso de acreedores y habían despedido a casi todo el personal. Algún tema de fraude fiscal y evasión de impuestos. Lo último que iban a hacer era contratarme. Así que me quedé compuesta y sin trabajo. Al menos conservaba el visado de turista que me entregaron. Se suponía que tenía uno de trabajo, pero al no tener un puesto en I.M. Advertisement, aquel visado dejaba de tener validez. 
Sonia me vio llegar al Bowery echa una mierda y avisó a Jonathan. Entre los dos tratarían de ayudarme en todo lo que pudiesen. Aunque Sonia entre su trabajo de recepcionista y sus estudios en Broadway Dance Center, poco podría hacer. Pero Jonathan me dijo que no me preocupase, que descansase, que hiciese un poco de turismo y que él se encargaría de todo. 
Así que tal y como la gran manzana me recibió con los brazos abiertos, me pegó un bocado y me escupió sin miramientos. Tenía el dinero justo para pasar unos meses, a lo mucho tres, sin tener que llamar a mis padres para pedirles ayuda o para que me pagasen un billete de vuelta a España.
Jonathan se portó muy bien conmigo, trataba de animarme a diario. Me enseñó los mejores lugares de la ciudad, quería que fuera feliz y lo consiguió poco a poco. 
Sonia hizo todo lo que pudo en el Bowery para darme una habitación más grande en la que me encontrase un poco más en casa. Su jefe redujo la especie de alquiler que me cobraba por quedarme allí. No comprendía muy bien cómo él ganaba dinero teniéndome como una inquilina que no pagaba ni una tercera parte de lo que valía mi habitación, pero tenía otros problemas más graves de los que preocuparme. Mi visado de turista estaba a punto de finalizar y no podía conseguir un trabajo con dicho visado. Tenía que salir del país, pedir un visado de trabajo, pero tenía que tener un contrato en alguna empresa para que me lo concediesen. 
—Sí, creo que voy a tener que volver a España y, de nuevo, ponerme a trabajar en la discoteca y buscar trabajo allí. —Removía la pajita de mi tercer Tom Collins. 
Estábamos en el Mulberry Project, un bar que descubrí un día que las paredes de la habitación se estrecharon hasta tal punto que me dejaron sin aire. Paseé por el barrio, y sin saber muy bien cómo ni porqué, entré en un local y bajando unas escaleras, me encontré con aquel lugar. 
Jonathan estaba pendiente de su móvil y de su trabajo, del que después de cinco meses, no tenía ni idea cuál era. 
—Mariola, tranquila. No tendrás que volver a España. —Jonathan me agarró de la mano quitándome la copa.
—No es verdad. De una u otra manera, tengo que salir del país. No sé si por un tiempo o para siempre. 
—No. —Me agarró de la barbilla obligándome a mirarle—. A ver, no es el mejor trabajo del mundo y sé que tú estás preparada para algo mucho más grande, pero yo estoy hasta arriba y me vendría bien tu ayuda. 
—Ni siquiera sé en qué trabajas. No sé nada de ti, Jonathan.
Realmente sabía poco sobre él. Siempre que le necesitaba estaba disponible pero recibía muchas llamadas que le mantenían alejado de las conversaciones mucho tiempo. Solo sabía que a su lado, me sentía bien. No sabía si era por la forma en que actuaba conmigo o tal vez que mi subconsciente quiso necesitarle. 
—Para simplificar, yo cierro los negocios de mi jefe, pero los cierro en fiestas, en cenas de esas en las que el cubierto vale más que un coche. —Me agarró de la cintura y me pegó a él—. Suelen ser cenas en las que las mujeres están con sus maridos, y sin ellas, ellos no cierran ningún trato. 
—¿Por qué me quieres ayudar?
—No lo sé, la verdad es que no sé qué me pasa contigo. No sé si es que tu culo me impactó tanto, que me idiotizaste. —Sonrió y me hizo devolverle la sonrisa—. Déjame ayudarte. Déjame hacerlo. 
Y le dejé, le dejé entrar en mi vida, en mi cama y en mi corazón. Me ayudó en todo lo que pudo, pero nuestra relación se rompió de la misma manera que empezó. De una forma extraña y rápida. 
Desapareció una noche en una de sus fiestas en las que cerraba tratos y no volví a saber nada de él. Me dejó sola en una situación a la que no fui capaz de enfrentarme en aquel momento. Jonathan pasó a ser un fantasma de mi pasado y muchos sentimientos quedaron enterrados en el Bowery durante varios años. 
Conseguí un visado de trabajo gracias a mi fantasma, un trabajo mal remunerado y con un jefe vicioso, una amistad con Sonia más fuerte de lo que me podría haber imaginado y una ciudad en la que me estaba acostumbrando a vivir, que me esperaba con su gran sonrisa cada día para darme las sorpresas que me tenía guardada. 
Y vaya sorpresas me esperaban en Nueva York. 
(...)

Por ahora no hay ninguna novedad más.
Solamente os puedo avisar para que estéis atentas el 13 de febrero, el cuarto aniversario de la publicación del primer capítulo de lo que es su día fue esta blog novela. Puede que ese día haya alguna sorpresa en mis redes sociales. 








You May Also Like

0 Comments