«Fly me to the moon». Una novela romántica de... ¿friends to lovers, enemies to lovers o lovers to enemies?

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«—Novela romántica. 

—¿Otra vez?». 

Esta suele ser la pregunta que me hacen cuando respondo a la típica cuestión sobre el género de mi nueva novela. 

«—A ver cuándo escribes un thriller.

—A ver cuándo lees una novela romántica». 

Sí, novela romántica contemporánea, con tintes eróticos (justos pero necesarios), con una dosis de friends to lovers, de enemies to lovers y hasta de lovers to enemies

Sí, una novela romántica en la que lo protagonistas se aman, sufren, se odian, se besan, se pelean mientras a su alrededor la vida continua aunque ellos no quieran; y con ella, las preocupaciones, las alegrías y las penas, lo mismo que ocurre en nuestra vida. 

¿Qué queréis que os diga?
Soy de las que buscan identificarme con algo o alguien en una novela. 
Y prefiero no sacar a mi sociópata a pasear demasiado a menudo. 
O a la que sabe perfectamente cómo deshacerse de un cuerpo si dejar rastro. 

Sí, novela romántica de esas de finales felices y positivos; de besos, de amigos y de enemigos, de peleas y de mucho amor. 

¿Sabéis cuál es el problema de esas preguntas que nos suelen hacer a las escritoras de novela romántica?
Quien las hace. 
Jamás quien las recibe. 

Así que si queréis leer sobre el amor y el desamor, queréis conocer más a Jimena y a Óscar, esos protagonistas que salen a la venta el 14 de diciembre, a continuación encontraréis los tres primeros capítulos en exclusiva.

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¿Empezamos a conocer a Jimena, Óscar y compañía?


Jimena y Óscar se enamoraron a los quince.
Jimena y Óscar se juraron amor eterno a los veinte.
Jimena y Óscar se separaron a los veinticinco.


Una carta.
Un secreto.
Un último viaje a la luna.


Y tú, ¿qué harías si tan solo te quedase un año de vida?



1

El amor, a veces, 

es tener que decir adiós, aunque duela

Jimena

La vida se me escapa de las manos demasiado rápido.

 

En la encimera de la cocina descansa una carpeta con la firma de uno de los más conocidos bufetes de abogados de Barcelona y unas cartas que no hemos abierto desde hace semanas. Paso mi mano por encima de los papeles y tiemblo al pensar en que me va a quitar, o al menos a intentarlo, todo lo que hemos conseguido en nuestro matrimonio. No hablo de este piso o de la casa que tenemos en la playa, hablo de nuestra agencia de publicidad, una por la que luchamos con uñas y dientes durante años, y que hace cinco despegó con una gran campaña internacional para una conocida marca de refrescos. He pasado muchas noches en vela tomando café en cantidades industriales diseñando campañas, madrugadas viendo el amanecer sin pegar ojo por otras que no salieron bien… He luchado mucho por conseguir que la nuestra sea una de las agencias de referencia de la ciudad y del país. 

 

Son las cinco menos cuarto de la mañana.

 

Fijo mi mirada en los relojes de la pared, esos que mi marido se empeñó en poner con las horas de Barcelona, Tokio y Nueva York. Cierro los ojos unos segundos al ver esta última; seis horas de diferencia. No me hace falta un reloj que me lo diga, es algo que se me quedó grabado hace muchos años y es una información que, por más que intento olvidar, no se me va de la cabeza. Tal vez sea porque a él, precisamente, a él y a sus malditos ojos, tampoco soy capaz de sacármelos de… la cabeza. 

 

Estoy sentada en uno de los taburetes de la cocina, una que acabo de volver a limpiar tras una obra faraónica en la que mi marido decidió embarcarnos. Que todavía no sé la razón por la que lo hizo, ya que acaba de plantarme delante de la cara hace unas horas los papeles de nuestro divorcio. Que digo yo, si te vas a separar, ¿para qué te metes en una obra que nos ha hecho comer polvo durante semanas? 

Y si hablamos de polvo… Es lo más cerca que he estado de esa palabra en muchos meses. 

 

No tengo ganas ni ánimos ahora mismo para enfrentarme a términos que tendré que buscar en Google, ya que sus abogados habrán redactado un escrito petulante para hacerme perder la paciencia. Porque por lo visto, mi marido y ellos creen que soy algo así como una niña mona tontita a la que le van a colar todo lo que quieran. 

 

Decido apartar la carpeta y centrarme en las cartas sin abrir. Me levanto para prepararme un café y ponerme algo de música. Esto es algo que desquiciaba a mi futuro exmarido: que necesite siempre tener algo sonando de fondo para todo. 

Meto una cápsula en la cafetera y, mientras espero a que la taza se llene, recojo las cartas: facturas, publicidad, una tarjeta que ni siquiera he pedido y más facturas. Abro la papelera de reciclaje para tirarlas y veo al fondo del cubo una carta cerrada. Por favor, que no sea una invitación de boda a otro evento al que no me apetece ir. La recojo y al darle la vuelta veo el nombre del remitente y se me instala una sonrisa en la cara. Es de Nando, uno de mis mejores amigos desde el colegio, uno de los integrantes de esa tribu de la que nunca me he separado, aunque lleve varios años evitando hablar más de la cuenta en el grupo de WhatsApp desde aquella noche. Los recuerdos de los buenos tiempos me llevan directamente a la última fiesta hace quince años en su casa de Tossa de Mar, la noche de mi veinticuatro cumpleaños. 


 

El aire que corre ahora mismo mueve mi pelo. 

Huele a salitre y a coco de la crema solar, y siento la piel tirante por las horas que hemos pasado en la playa. Echo un vistazo a mi alrededor y me siento feliz de estar aquí. Porque volver a casa de Nando y Manu es volver al hogar que nos acogió cada verano desde los quince años. Es la casa de sus padres. Está situada a las afueras de Tossa con las mejores vistas al mar y tiene una pequeña cala privada en la que nos bañamos siempre a la luz de la luna, y una preciosa piscina en la que estoy sentada. 

—¿Una copa? —Nando aparece con dos gin-tonics en la mano y se sienta a mi lado.

—Ya sabes que nunca digo que no. —Le doy un sorbo mientras mis pies juguetean con el agua—. Echaba de menos esto, demasiado tiempo sin venir. 

Manu me ha organizado una fiesta de cumpleaños con unos pocos amigos. Se lo agradezco mucho porque estos últimos meses han sido algo jodidos en cuanto a trabajo y vida. Y no encuentro mejor forma de celebrar mi cumpleaños que aquí, con ellos, con mis imprescindibles. 

—¿Qué tal con Óscar? Me ha extrañado no verle hoy aquí. 

—Está en una sesión de fotos en Madrid. Le ha sido imposible acabar antes y coger un coche para venir. —Sonrío con algo de tristeza. 

Desde que la carrera de modelo de Óscar despegó internacionalmente hace dos años, casi no nos vemos, y mantener una relación a distancia está siendo tan jodido que no es que duela, es que me abrasa por dentro cada vez que no puedo que quema. Acostarme en la cama y que sus brazos me arropen tras un día de mierda en el trabajo, no sentir un beso de buenos días o muchos de buenas noches, es jodido. Los cafés a solas en la cocina empiezan a pesar demasiado y las llamadas a través de Skype se han vuelto demasiado impersonales, tanto que estoy empezando a odiar las nuevas tecnologías que más que acercar a nosotros nos están separando. 

—Jimena, sabes que las cosas a veces no son como desearíamos. Mira lo mío con ella, jamás podrá ser porque está enamorada hasta los huesos de mi hermano Manu. Y somos dos gotas de agua, pero se enamoró de él y no de mí. 

—La vida es muy puñetera a veces, Nando. —Apoyo mi cabeza en su hombro. 

—Pero sé que siempre te tendré a ti. Sé que siempre podré llamarte y vendrás dejando todo de lado. —Nando me sujeta de la barbilla—. Y tú deberías saber que, si me pides que mate a Óscar, sé exactamente cómo deshacerme del cuerpo, dónde enterrarlo y cómo hacer que nadie jamás lo encuentre. 

—Eres un teatrero. —Le beso.

—Sería un actor excelente o un asesino en serie. Aún no lo tengo claro.

La voz de Óscar suena tras nosotros. Me doy la vuelta sorprendida y trato de levantarme tan rápido, que mis pies trastabillan y acabo en el agua. Al sacar la cabeza escucho las carcajadas de Sara y Manu que se han acercado con Óscar a la piscina. 

—Joder. ¿Qué… —Me paso la mano por la cara—. ¿Qué haces aquí?

—Jime, ninguna sesión de fotos jamás haría que me perdiese tu cumpleaños. —Compruebo que se ha deshecho de sus zapatillas y se lanza al agua a mi lado. 

—¿Por qué no me has avisado? Se supone que se había alargado la sesión. 

—Tenía que ir a buscar algo para la cumpleañera.

Comienza a sonar la famosa canción de Frank Sinatra Fly me to the Moon mientras Óscar se saca del bolsillo una pequeña caja azul oscuro. Me imagino que era de un color más claro antes de empaparse. 

—Así no era como quería darte tu regalo, pero siempre hemos sido de impulsos. 

Sé que no es un anillo, lo hemos hablado mil veces, y no podemos casarnos y mantener una relación a distancia. A veces nos separan cien kilómetros y otras más de diez mil. Así que no es un anillo. Me lo repito un par de veces y mis nervios están a punto de traicionarme, pero al abrir la caja y ver un collar con un pequeño colgante de una luna, respiro tranquila.

—Siempre que lo sientas cerca de tu pecho, recuerda que ambos vemos la misma en algún momento del día. Aunque no estemos cerca, siempre llevarás nuestra luna contigo.

 

 

Acaricio el colgante que descansa aún en mi pecho. No me lo he quitado ni un solo día. Busco en Google su nombre: aproximadamente 257.000 resultados. A la derecha de la pantalla aparece una de sus fotos y varias chicas con las que me imagino que se le relacionará. Altura, nacimiento, medidas, ojos… Sus malditos ojos siguen trasmitiendo demasiado. Pincho en la sección de fotos y reconozco que, aunque hayan pasado los años, sigue siendo el tío más guapo que he visto en toda mi vida. Aparece en imágenes con Santana, la que hace quince años se llamaba Sara, nuestra amiga. Al convertirse en una de las personas más influyentes de este país, se cambió su nombre por Santana. Parece que ahora Santana y Óscar mantienen una relación más allá de su última campaña publicitaria. O eso es lo que cuentan los medios estadounidenses.

 

Lo observo en un vídeo que me salta de una cadena de Estados Unidos: su forma de caminar, de mirar y de sonreír hace que me dé cuenta de que queda poco de aquel chico del que me enamoré con once años, cuando ni siquiera tenía la más mínima idea de lo que era el amor, y al que tuve que dejar volar con veinticinco porque descubrí que el amor, a veces, es tener que decir adiós, aunque duela. Esa despedida llegó justo un año después de que me regalase la luna. 

 

Dejo el móvil en la encimera, respiro hondo y, al mirarlo de nuevo, una foto con los ojos de Óscar parece observarme. Le doy la vuelta rápidamente. 

 

Llevo dos años sin verlo, desde aquella noche en Ámsterdam.

No sé si estoy preparada para enfrentarme a mi pasado. 

A nuestro pasado.

A los secretos.


2

El mundo se nos puso en contra

Óscar

Estoy tan cansado que sería capaz de dormir dos años seguidos, pero la vida no me lo permite. Esta sigue corriendo tan deprisa, que estoy a punto de vomitar por las vueltas. 

 

Son las once de la noche y acabamos de terminar la última sesión de fotos en el puente de Brooklyn. Mi asistente me espera con un café, varias cartas en las manos y unas carpetas con contratos para que los revise. Mi agente ya los ha visto, me lo dicen las pegatinas de colores que hay puestas en las diferentes páginas y el volumen de las carpetas. No deja ningún cabo suelto. 

—Gracias, pero las cartas puedes abrirlas tú. —Recojo el café de su mano. 

—Creo que hay una que será mejor que lo hagas tú. Viene de España. 

La primera persona que me viene a la mente es Jimena. No pienso en mis padres ni en mis hermanas, ni siquiera en mi grupo de amigos, ella es la primera persona que se me aparece en la cabeza. 

—¿España? —Le doy unos segundos para que rectifique y me diga que se ha equivocado de país. 

—Sí, eso es lo que pone en el remitente: Barcelona, España. 

No puede ser. 

No. 

Es imposible. 

No intercambiamos ningún mensaje desde hace un par de años, desde aquel fin de semana en Ámsterdam en el que…

—¿Quieres que me deshaga de ella y hacemos que jamás llegó nada de tu país?

Mi ayudante, que es el mejor haciendo desaparecer cosas, me mira con una sonrisa compasiva. Sabe todo sobre mí, es mejor que mis secretos estén en sus manos y no en las de la prensa. Más le vale, porque el contrato de confidencialidad que firmó hace diez años le dejaría sin nada. De eso ya se encargó mi agente.

—Aunque a veces es mejor hacer frente al pasado para poder pasar página de una vez por todas. —Me entrega el teléfono y me da una palmada en la espalda—. Tienes la fiesta en Marquee, y Sammy te está esperando allí. Le he enviado un collar de Bvlgari para pedirle perdón por no haber acudido a la cena al haberse alargado la sesión. Se lo han entregado en el restaurante.

Me temo que Sammy no va a estar demasiado contenta. Llevo saliendo con ella casi un año y no tengo demasiado claro hacia dónde va nuestra relación. Ella tiene veinticinco años y ganas de comerse al mundo, y yo cuarenta, con demasiado mundo en mi estómago.

 

Un coche me lleva hasta Marquee, y los flases me deslumbran en la entrada. Me ato los botones de la americana al salir y saludo con una gran sonrisa. La prensa americana siempre me ha colgado amantes, fiestas alocadas y un par de matrimonios rotos, no los míos, yo jamás me he casado. Nunca he vuelto a pensar en hacerlo desde Jimena y este es uno de los motivos por los que mis parejas acaban dejándome. Pillar a uno de los solteros más codiciados del mundo de la moda es algo que a más de una le llama la atención, pero al conocer mi estilo de vida, muy alejado de estos focos, de este glamur constante o de fiesta en fiesta, comprenden que no soy lo que la prensa vende. Tan solo soy un chico que salió de Barcelona hace demasiados años y que sonríe en estos photocalls, que se coloca la careta de modelo del año, pero que desearía llegar a casa, deshacerse de todo, acostarse en el sofá y que su chica estuviese a su lado frente a una chimenea mientras fuera nieva; o en una cala de Tossa viendo cómo las lágrimas de San Lorenzo pintan el cielo de una noche de agosto y ella sonríe pidiendo deseos.

Doy las gracias a los fotógrafos con un movimiento de cabeza y entro en la sala que está completamente abarrotada, pero puedo localizar a Sammy. Se encuentra rodeada por muchas personas. Al fin y al cabo, es la cantante de moda, con millones de seguidores en las redes y con ansias de reconocimiento. 

Me acerco a la barra a por una copa antes de enfrentarme a ella. Sé que me ha visto, le ha cambiado el gesto, pero necesito darnos unos segundos antes de nuestro nuevo enfrentamiento. Llevamos meses en los que la relación pende de un hilo demasiado fino. 

—Ginebra con tónica, por favor. 

Espero pacientemente y, con la copa en la mano, me acerco a ellos. Sammy sonríe al verme de nuevo, tiene demasiados ojos encima ahora mismo como para montar una escena. Vive por y para la crítica. Y esto es algo que no soporto. 

—Hola, nene. —Me lanza un beso al aire. Le encanta llevar los labios pintados, pero odia que se le corra el labial. 

—Hola, Sammy. Siento no haber podido llegar a la cena, pero la sesión…

—No te preocupes. Con el collar te has disculpado, aunque deberías haberlo acompañado con unos buenos pendientes o, mejor, con un gran anillo. Este dedo se siente solito. —Agita una de sus manos en el aire—. Ya sabes que soy más valiosa que esta baratija. —Se acaricia el cuello.

Mi mente vuela lejos de aquí al fijarme en el collar y dejo de escuchar las voces que tengo al lado. 

Ahora mismo estoy metido en la piscina de la casa de los padres de Nando y Manu, celebrando el veinticuatro cumpleaños de Jimena. La tengo entre mis brazos. 

 

 

—Estás preciosa. —Le sujeto de las mejillas y la beso. Es algo que echo mucho de menos hacer cada día. 

—Menos mal que no soy de las que se maquillan para ir a la fiesta de su cumpleaños. Aunque por besarnos, desgastaría hasta el mejor de los pintalabios. —Suelta una de sus sonrisas—. Pensaba que no ibas a venir y que nos veríamos mañana en Barcelona. —Sus piernas se enroscan en mi cintura. 

—Jamás me perdería uno de tus cumpleaños. Da igual en qué parte del mundo me encuentre, siempre estaré a tu lado para soplar las velas y hacerte los peores regalos. 

Jimena se ríe y emite un pequeño sonido de satisfacción. 

—Tú eres el mejor de mis regalos, Óscar, y este año has acertado por completo. Es precioso. —Agarra con fuerza la luna que descansa en su pecho.

—Sé que está siendo difícil, que llevar una relación a distancia es complicado, aunque desde que he establecido residencia medio fija en Londres, lo llevamos mejor. —No la intento convencer a ella, intento hacerlo conmigo mismo. 

—Es una mierda, Óscar. Quiero llegar a casa y lanzarme contra tu pecho, quitarte la ropa y olvidarme del día asqueroso en el trabajo. Quiero contarte que me he peleado con mi hermana por una tontería y que tú me sujetes de las mejillas y me digas que en la siguiente comida familiar todo estará bien. —Respira hondo—. Quiero que puedas venir a esas comidas, a los cumpleaños de mis sobrinos y que no seas una imagen en una pantalla. Odio Skype. Es impersonal y no puedo sentirte. 

Cierra los ojos, y me duele tanto verla así que me trago mi discurso de que todo irá bien. 

—Esta noche celebramos tu cumpleaños, mañana vamos a Barcelona, desayunamos en tu cafetería favorita, nos vamos a la playa y por la noche disfrutamos de las perseidas en la terraza de tu piso. El mundo puede esperar unos días. 

 

 

Pero aquella frase no fue verdad. 

Un año después el mundo se nos puso en contra y nuestra relación no sobrevivió a los kilómetros que nos separaban a diario, a las salas de espera de aeropuertos y a las citas a las que no pude acudir. 

Entonces caigo. 

Estamos en agosto. 

¿Cómo no se me ha ocurrido antes?

Me excuso para ir al baño y, en una de las esquinas más privadas de la sala, saco la carta del bolsillo interior de mi americana, lo abro y compruebo que es de Nando.  

Fecha: del 6 al 8 de agosto
Lugar: Tossa de Mar
 
No me vas a decir que no a esta invitación. 
Me dan igual los coches que tengas que arreglar, lo que te paguen por enseñar en tu cuenta de Instagram unos pintalabios, las sesiones de fotos o la campaña publicitaria de moda. O vienes a mi casa ese fin de semana o te juro que te perseguiré el resto de mi vida dándote por culo. 
No es necesario que confirmes. 
Cuento contigo. 
Firmado: el amigo al que más queréis y al que menos llamáis, cabrones. 
 

Es una invitación de Nando y nos declara la guerra a su hermano gemelo Manu, a Santana, a Jimena y a mí. No puedo evitar sonreír y saco el móvil del otro bolsillo. 

Abro el grupo de WhatsApp que llevo sin mirar días y del que desactivé las notificaciones para no ver su nombre en la pantalla de mi teléfono. Hay varios mensajes de Manu, Nando y Santana, pero no hay rastro de ella. 

 

Óscar

Si digo que no voy es probable que mandes a tu primo el GEO a buscarme. Así que sí, nos vemos en unos días en la casa de tus padres.

 

 

El cumpleaños de Jimena es el 9 de agosto y ese día ya no estaremos juntos, pero será la primera vez que nos veamos en dos años, desde aquella maldita noche en Ámsterdam. 

 

 3

¿Dónde está Wally?

Ámsterdam

Dos años antes

Jimena

Lo que iba a ser un fin de semana largo y romántico con mi marido se ha convertido en un fin de semana de soltera en Ámsterdam.

 

Tengo reservas en los mejores restaurantes de la ciudad, visitas programadas y paseos que no daremos porque Carlos ha decidido, en el último momento, agendar otra reunión en Barcelona. Así que aquí me encuentro yo, decidiendo si entrar a por una caja de galletas a un coffeeshop y ponerme a tono en la habitación del hotel, mientras comienza a anochecer y a hacer tanto frío que dejo de sentir las manos por un momento, o seguir paseando por la ciudad hasta que se me hiele la nariz. 

 

Es que no me lo puedo creer. ¿Cómo ha sido tan cabrón de dejarme fuera de la reunión con una de las mayores empresas vinícolas de Girona? Me imagino que les comentará que su mujer no puede estar en la reunión porque tenía un viaje de fin de semana a Ámsterdam al que no podía decir que no. No mencionará ni una sola vez la reunión de ayer de más de siete horas en las que tuve que presentar la idea más loca que he tenido en mi vida como publicista a una empresa más tradicional que mi abuela, que es de las que va a misa cada día, tiene una virgen de medio metro en casa que va rulando por la comunidad de vecinas y me obliga a santiguarme cada vez que pasamos por delante de una iglesia. 

 

Cojo el móvil y marco su nombre en la agenda. Da dos tonos y me corta la llamada. Me está evitando. Por lo que llamo a la oficina y la dulce voz de mi ayudante me da los buenos días. 

—¿Qué haces trabajando un sábado? —Me sorprendo, ya que no suele hacerlo, al menos no conmigo. 

—Carlos me ha pedido que organice la reunión de hoy. ¿Qué tal tu fin de semana? ¿Fue bien la reunión?

—Perfecta, teniendo en cuenta que mi socio me dejó tirada en el último momento. —Intento no verter mi frustración sobre ella ya que no tiene la culpa. 

—Me pareció muy raro que me pidiese que anulase sus billetes en el último momento, ya que esta reunión lleva planificada semanas… —Se queda unos segundos en silencio y escucho un ruido en su micrófono—. Sí, Carlos, enseguida llega el catering y dejo todo dispuesto. Es mi hermana, ha tenido otra crisis con uno de los niños. 

—Es que lo mejor es no tener hijos, Lola. Consejo de alguien más mayor que tú: los niños son un estorbo si quieres una carrera dentro de la publicidad. 

Lo escucho como si lo tuviese delante. Ninguno de los dos hemos querido niños, pero hace dos años me quedé embarazada por el fallo de una de mis pastillas y sus gritos se escucharon desde Albacete. Como si yo lo hubiese planeado. Por supuesto que mi matrimonio no es perfecto, pero ¿acaso alguno lo es? No sé si fue el estrés del trabajo o que la vida me estaba avisando de que lo nuestro no iba bien, unos días después de aquel positivo tuve un aborto espontáneo. 

Y lo de casarte… También piénsatelo. Es ponerte una cadena en el tobillo que no te permite volar como quisieras…

Lo siguiente que escucho es el sonido del teléfono comunicando. Me ha colgado, pero he podido escuchar lo que Carlos piensa de nuestro matrimonio. Es algo que no he querido ver en estos últimos años, porque decidí luchar por nosotros, pero creo que me equivoqué de batalla. 

Guardo el teléfono en el bolsillo de mi abrigo, me coloco bien la bufanda y me bajo un poco el gorro. Camino unos metros y me encuentro con el pequeño mercadillo de la plaza de Rembrandtplein. Es mucho más acogedor que otros más grandes de la zona, así que me pierdo entre sus puestos, compro algunas cosas de artesanía local, unas galletas típicas de la ciudad y un amable vendedor me ofrece un vaso de mulled wine. Es una especie de vino caliente compuesto de limón, naranja, azúcar, canela, clavo, cardamomo y algo de brandy. O eso es lo que entiendo al hombre grande y barbudo que me mira sonriendo. Seguro que piensa: esta guiri se va a pillar un buen pedo hoy con este vino casero que he hecho en una cazuela de dudosa procedencia. Le doy un trago y es como si doscientos pequeños guerreros con lanzallamas bajasen por mi garganta y se encontrasen de repente en mi estómago para pelear. 

—Joder. 

—Tragos más pequeños o va a sentarte mal. —El amable señor no deja de sonreír—. Pásate por el puesto de croquetas y verás que te sientan bien. —Me rellena el vaso de nuevo—. Feliz Navidad. 

Queda una semana para la dichosa Nochebuena. Nunca he sido de celebrarla en condiciones. Me encantan los adornos, los mercadillos como este y me fliparía ver el encendido del famoso árbol de Rockefeller Center, pero… 

Respiro hondo. 

Es pensar en Nueva York y Óscar se me viene a la mente. 

Cojo el móvil de nuevo y me hago una foto para colgarla en nuestro grupo de WhatsApp. Título de la foto: el vino caliente no sabe tan mal si te has tomado más de uno. Perdida en un mercadillo de Ámsterdam.

Comienzo a leer los mensajes anteriores y sonrío al ver a Manu y Nando montando el enorme árbol que sus padres ponen siempre en la casa de Tossa. Nuestras familias son amigas desde antes de que nosotros naciésemos, por lo que esa casa es el lugar más seguro del mundo. Y ahora me gustaría estar allí, acurrucarme delante de la pequeña chimenea, que solo encienden para mí, y tomarme una taza del chocolate que su madre hace.


Manu
¿Ámsterdam?

 

No dice nada más en el mensaje. Lo veo escribiendo en la parte superior, pero a los segundos desaparece.

 

Jimena

Sí, en Ámsterdam sola. 

Carlos tenía una reunión en Barcelona.

 

Evito decir nada más. Manu y Carlos nunca han encajado. Por más que lo he intentado, jamás se han llevado bien.


Óscar

¿Y qué tal esa croqueta que te estás comiendo?

Jimena

Son mucho mejores las de mi madre y sabe algo rara, pero es comer esto o acabar vomitando en uno de los canales. 

 

Comienzo a escuchar nuestra canción, que suena en uno de los puestos cercanos. Sonrío recordando que es… Que era nuestra canción, la de Óscar y mía. Carlos y yo jamás tuvimos una, nunca tuvimos un momento con chispa y esto me tenía que haber avisado de que, por mucho que luchase por nuestra relación, estaba avocada al fracaso tarde o temprano. 

 

Llévame volando hasta la luna,
déjame jugar entre las estrellas.
Déjame ver cómo es la primavera
en Júpiter y en Marte.

En otras palabras, toma mi mano…

 


 

Óscar

No deberías estar sola en esa plaza ni en una ciudad tan increíble como Ámsterdam. Siento decírtelo así, pero tu marido es imbécil. 


Este mensaje ya no es en el grupo. 

Óscar me lo manda por privado. 

Siempre nos hemos dicho las verdades tal y como las hemos sentido, tratando de no hacer daño al otro. Nuestra relación no funcionó, pero decidimos ser buenos amigos. Los mejores. 

 

Jimena

Y tenía todo preparado. 

Visitas, restaurantes, un paseo en bici…

Óscar
¿Con este frío?

Jimena

Con dos vasos de estos entras en calor rápido. 

Qué cómodo te has vuelto con la buena vida, Óscar.


Óscar

Acabarás en un canal. 

Ya sabes lo propensa que eres a caerte en el agua, Jime. 


Jimena

Sería una pena malgastar el fin de semana enferma, aunque… No sé, tal vez deba olvidarme de todo, cambiar los billetes, volver a casa… 

Óscar

¿Y por qué no lo disfrutas?

Seguro que encuentras a alguien que acaba de terminar una sesión de fotos y ha decidido disfrutar de un par de días en la ciudad. 

Jimena

Como no me vaya al Barrio Rojo a buscarme un acompañante… Un momento… 

 

No he sido capaz de leer las directas de sus mensajes. Por eso los repaso con rapidez uno a uno y mi corazón comienza a latir con fuerza, con tanta que creo que se me va a salir del pecho disparado. 

Me doy la vuelta y observo la plaza, le busco, trato de encontrar su mirada en una de estas personas que caminan entre los puestos, que beben, brindan y disfrutan. El frío me ha congelado las neuronas. Releo rápidamente los mensajes y me doy cuenta de que habla como si me estuviese viendo. 

No puede ser. 

Vuelvo a buscar sus ojos entre esta multitud que acaba de apelotonarse en medio de la plaza. ¿Han decidido que haga un Dónde está Wally en Ámsterdam? Alguien se abre paso sin esfuerzo y camina hacia mí con una enorme bufanda que le cubre media cara. Aunque no puedo verlo bien. No sé si es él o es un efecto de este vino que comienza a perjudicarme. Se me entrecorta la respiración a cada paso que da. Levanta la vista y no… No es él. Sonrío de forma estúpida y algo aliviada. Ahora mismo con mi estado emocional y dos vasos de este vino… No sé qué podría suceder si le veo. 

¿Qué demonios iba a hacer Óscar aquí?

Niego con la cabeza, tiro el vaso de vino en una papelera y salgo de la plaza que ya está abarrotada. Me coloco los cascos, pongo una lista de reproducción y busco en el mapa dónde tengo hecha la reserva para comer. Mi intención ha sido anular todo y encerrarme en el hotel, pero haré caso a Óscar y voy a disfrutar. Mi soledad será una buena compañía este fin de semana para poner en orden mis ideas y todo lo que me revolotea por la cabeza. 

Tengo que aclararme y no tomar decisiones en caliente. Ahora mismo soy capaz de llamar a Carlos y mandarlo a la mierda, pero será mejor que me relaje delante de un buen plato de comida y de una buena cerveza… O dos. 

No me doy cuenta de qué camino mirando el mapa y me choco con alguien. 

—Disculpa, no iba mirando… 

Lleva un abrigo color camel, unos vaqueros negros, unos botines marrones y una enorme bufanda que le cubre parte de la cara. Pero sus ojos, sus preciosos ojos, ahora me dicen que sí: Óscar está ante mí. Se baja unos centímetros la bufanda y su preciosa sonrisa me da las buenas tardes. 

Respiro hondo. 

Niego con la cabeza. 

Pum, pum. 

Los dos últimos latidos de mi corazón resuenan en mi caja torácica con fuerza. 

Sonrío. 

Me lanzo contra sus brazos sin pensármelo. 

—¿Estás bien? —Óscar pasa sus manos por mi espalda. 

 

Siento que este fin de semana va a poner patas arriba toda mi vida.


Extracto de «Fly me to the moon» de Marta Lobo. 
Todos los derechos reservados. 
ISBN: 9788409464111  
@Marta Lobo



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Feliz día, románticas. 
Feliz día, bonitas. 

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